Si un paseante se detiene en la calle Fortuny 53 y mira a través de la verja, verá un antiguo chalé que parece un balneario rodeado de un jardín con olor a glicinia. En el jardín se conservan algunos árboles centenarios, los mismos que hace cien años vieron cómo en este lugar se gestaba una auténtica revolución: las sublevadas eran chicas que empuñaban libros, cuadernos y probetas. Formaban parte de la primera generación de jóvenes que llegaban desde las provincias a estudiar en la Universidad de Madrid y se instalaban en esta casa, la recién inaugurada Residencia de Señoritas. En una sociedad que asustaba a las chicas diciéndoles que el exceso de estudio las podía convertir en seres grotescos y masculinizados, la Residencia se convirtió en un oasis intelectual que atrajo como un imán a las mujeres con más talento y con más vocación de independencia de aquellos años. Las críticas les caían por todas partes, pero el número de alumnas crecía año tras año y ese grupo de mujeres avanzó con determinación hacia la igualdad. Fue un camino emocionante. Hasta que llegaron las vacaciones del verano del 36 y se toparon de bruces con un abrupto final.
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